sábado, 20 de abril de 2013

Charla de Evelinda y Don Pedro

Una tarde cualquiera, en una plaza cualquiera. Un momento, la plaza no es cualquiera. Es una plaza especial, donde comenzó mi amor por ella y que cada vez que la visito revive intacta, como si emergiera de los árboles, la magia que nos une hace ya un tiempo.

Los tres, sentados, hace 5 años y 9 meses, le dimos lugar a una historia inédita: ella, yo, y mi fiel compañero, el mate. Una mesa mansillada por los jóvenes, cubierta por venecitas blancas y negras, simulando un tablero de damas o ajedrez, para visitantes ocasionales. Pintada de verde opaco, o quizás hace algún tiempo brillante, nos invitaba a jugar al amor. Aceptamos.

Me contó de su familia, de sus parientes, de sus mascotas. Margarita Mazapán Manchitas Brisas Arias -el último, el apellido del padre de la gata-, dos pececitos, y Pitucona, una tortuga coqueta perdida casi siempre en el jardín. Pantalón de jean, zapatos sutiles como de bailarina, y una remera blanca, con pequeños estampados marrones y celestes, no revestían importancia frente al brillo de sus ojos.

Esta tarde fue distinta, nada más y nada menos que por su ausencia.

Conseguí lugar después de algún tiempo. A mi lado, en otra compañera musgo de ilusiones, Don Pedro. Ochenta y cinco años, rasgos prominentes y una gorra cómplice para ocultar su calvicie. Ojos claros, cristalinos, incapaces de traición. Manos huesudas y amplias, reflejan el desgaste de incontables años fabriles. Manejan torpemente la sintonía de un radio grabador de edad, buscando una melodía que le recuerde sus tiempos mozos, o simplemente un partido de turno. Su mirada estaba concentrada, fija, buscando en la plaza algo que no le permitiera distraerse de la música.

De pronto, llega ella: Evelinda Cerviño. Setenta y siete años, uñas prolijamente pintadas color carmín, y un peinado de peluquería. Toda su vida trabajó en una fábrica de cigarrillos. Aros delicados, y un anillo de plata que le dejó su mamá..
Las manos grandes apresuradamente disminuyen el volumen hasta apagar aquél aparato intruso, hasta hace segundos el mejor aliado en el combate contra la soledad.

-Estoy con mi hija y mi nietito, aquél de remerita roja. Tiene seis años ya.
-Ah mire
-¿Por qué apagó la radio Don Pedro?
-Porque estamos conversando, sería una falta de respeto.
-Pero capaz escuchamos un tango lindo... Yo cada tanto voy a la milonga. Mi hija siempre me dice "preguntale a Don Pedro si él va, capaz pueden ir juntos", como siempre nos ve conversando. Pero no, digo yo, debe tener que hacer sus cosas.
-¿Y dónde va usted?
-A la sociedad de fomento, ahí atrás de Velez.

...

-Cómo ha cambiado todo Don Pedro no.
-Y si
-Yo cuando trabajaba en la fábrica de cigarrillos, cada una hora, teníamos media de descanso. Nosotras íbamos al baño, nos cambiábamos, y salíamos lindas, con el rulero y todo
-Seguro usted no habrá tenido mucho trabajo
-¿Por qué lo dice?
-(Se sonroja) Porque me parece una buena persona, tiene una linda conversación.
-¿Usted me quiere decir que me ve linda?
-No no, yo decía que...
-Pasa que yo siempre trabajé con gente, entonces me acostumbré a charlar.
-Claro, yo en el balancín mucho no charlaba. Al principio era peón. Pero yo quería ganar plata, para comprar muebles, alimento, esas cosas vio. Fui peón durante tres años. Un día vino el capataz y me dijo "Varela, desde mañana, usted va a la máquina". Y ahí era como si me hubiera sacado la grande...
(Interrumpe la hija)
-Mamá, vení que te quiere saludar Claudia. Es un ratito Don Pedro, ya se la devuelvo.
-Por favor, faltaba más.

La mirada de ese hombre viendo alejarse a su compañera era más que triste, como un perro que ve perderse en el horizonte el auto de su amo, descubriéndose en abandono. Otra vez, casi pidiéndole disculpas al radio grabador, lo enciende. Tenue, casi imperceptible. Se acerca para generar intimidad.

...

-Bueno, vine otro ratito Don Pedro. Es Claudia, una amiga de mi hija. Ella tiene esa camionetita ve, aquella blanca.
-Ah si. Linda. ¿La trabaja?
-Sí. Reparte. Yo siempre le digo que hablo con un hombre, que se llama Don Pedro, en la plaza, y bueno, ahora dijo que venía a saludar.
-Ah, le contó de mi
-Si. No tengo por qué mentir, si vengo a charlar con usted no voy a andar diciendo cualquier cosa
-No, yo no quise decir eso

Nuevamente, su hija interviene en la comunicación:
-Mamá, voy con Claudia y los chicos a comprar facturas. ¿Te quedás un ratito acá? ¿Don Pedro, me la cuida? Ella no puede ir sola hasta la casa.
-Si como no, seguimos conversando otro rato. Vaya tranquila. Yo me quedo acá un poco más.
-Ojo eh, mire el tesoro que le estamos dejando -acota Claudia

Todos ríen. La hija me mira, y me pregunta: "¿A vos te parece?". Sólo encontró mi sonrisa. Nada más me generó esa charla que la felicidad misma. Ojalá hubiera traido el termo grande, para no tener que irme tan pronto.