No sé que pasa. Me dieron ganas de escribir así que despejé el lugar para escribir y vine. Tuve que desalojar a alguien, pero en mi anhelo por escribir ni me percaté de quien era. Hay un conjunto de cosas que cuando uno las siente, es mejor expresarlas en papel o algo similar, como constancia de que alguna vez las sintió y para releerlas si es que nunca vuelve a sentirlas. Y por eso estoy acá. Porque te quiero contar lo que siento, y lo desafortunado que me siento por lo que siento.
Todo empezó como un juego. Vos estabas frente a mi, a una distancia lo suficientemente prudencial como para denotar tu fastidio. Me mirabas distinto. Tus ojos no eran los de antes. El llanto los cambió. El llanto y la tristeza los apagaron. El dolor los cegó. Intentaste lastimarte, porque mientras llorabas lamentabas lo que decías. Ahí empecé a entender que no jugábamos, y me quedé estático, inmóvil, impotente.
Estático. Macizo. Duro hasta para sentir. Lo que más cotizaba en ese momento era tu amor, y yo estaba perdiendo millones en la bolsa. Te ibas, te perdía, te morías en los brazos del sujeto a quien amabas. Y lo peor es que no morías por amor sino de dolor, de ira, de miedo.
Me harté. La distancia prudencial fue violada y hubo tras mucho esfuerzo una sonrisa.
Reaccioné. Tarde, demasiado para mi gusto.
lunes, 13 de julio de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario